Instantáneas para re-pensar la barbarie

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Por Elsa Ponce

La ráfaga de instantáneas que nos interpelan durante esta cuarentena abren una y otra vez una sospecha: habitábamos la barbarie, pero la experimentábamos dosificadamente. Presumíamos o habíamos asimilado, en todo caso, la tesis de que se había consolidado un norte global, opulento, con todos los frentes de sus políticas estatales resueltos.

Pero la tardía respuesta a la pandemia en Italia y Estados Unidos, por ejemplo, corrigen esa certeza, así como los complejos problemas que afronta el sistema sanitario español desde hace dos semanas ya, juzgado por la propia comunidad europea como uno de los mejores de aquel continente. Entonces la generalizada idea de que hay países de primer y segundo mundo cruje. Como afirma Dolores Marcos1, la política sobre la vida queda al desnudo, mostrando sus harapos pendiendo del otro mal global, el neoliberalismo, o como nos subraya Alejandro Ruidrejo2 , exponiendo una racionalidad pastoral desigual para gobernar las poblaciones una y otra vez.

Postales atroces que actualizan la idea de Roberto Esposito3 sobre las prácticas inmunizatorias que los sistemas diseminan, porque lo que asusta, apuntaba, “no es la contaminación en cuanto tal-se la considera inevitable desde hace tiempo--, sino su ramificación descontrolada e incontenible por todos los ganglios productivos de la vida”. Digo sistemas y pienso en los órdenes en que acontece la vida, digo diseminan y pienso en prácticas de vigilancia y punición a las conductas que acentúan el riesgo de contagio. La inmunización en ese sentido no comprende reparaciones afirmativas de los daños abiertos entre la población afectada por el covid 19, sino formas de conducirse – los estados, los saberes expertos, las usinas informativas, etc.-para producir efectos de verdad, propagar una ilusión de que el poder soberano, encarnado en los staff gubernamentales, sabe lo que hace.

Experimentamos también en estas últimas semanas que el discurso médico nunca cobró tanto poder de verdad, no solo por los prospectos con que a diario nos informa sobre el porvenir de nuestros cuerpos, sino porque se ha puesto en movimiento una política colaborativa para producir nuevas y fecundas explicaciones sobre el virus y su posible cura, pues se nos anoticia que en este momento alrededor de veinte países están trabajando en red a ese respecto. Asistimos a germinales evidencias de que en el interior de una lógica imperial de la economía de mercado, se producen formas de la communitas, la comunidad en la que Esposito4 pensó, hace más de dos décadas, cuando afirmaba que ella se expresa como una política vincular en la que los individuos afligidos por una afectación común, son juntos - hacen juntos- , son en común. Lejos de romantizar la faena de las comunidades científicas, esta germinal señal nos abre también la pregunta por la autonomía de los saberes expertos respecto del discurso político institucional, por ejemplo. Pensemos en las sanciones solicitadas por comunidades científicas brasileñas al mandatario Bolsonaro ante su insistente omisión a reconocer la pandemia y trazar políticas de atención sanitaria a la población. Y qué decir de la ejemplar solidaridad de Cuba con Italia, al enviar sus médicos al país que votó a favor del bloqueo a la isla durante décadas. Es decir, los efectos son disímiles, paradójicos, hacen trizas viejos supuestos sobre lo político.

Otra postal, igualmente atroz nos interpela: a mediados de marzo último, la coalición internacional antiyihadista liderada por Estados Unidos en Irak empezó a retirar a sus soldados del país para evitar una propagación del nuevo coronavirus (ya que en las tropas se produjeron contagios y muertes desde inicios de la pandemia). Según informan los voceros oficiales de la cruzada occidental, la medida no sólo obedece al temor causado por el aumento de contagios, sino a destinar sus militares al combate de la pandemia en sus países de origen. Sin embargo, en los últimos días se han producido ataques con cohetes desde distintas bases militares desde el propio territorio irakí, hacia localidades de asentamiento yihadista. Hacer morir, al enemigo, entonces, es un arte que no cesa.

En una secuencia similar, siguen llegando a las costas europeas migrantes desesperados en busca de refugio. Los desembarcos han puesto en una grave situación a los servicios de ayuda humanitaria, ahora sofocados por la crisis de insumos y recursos humanos para atender a sus propios compatriotas. Masas humanas huyendo de la muerte para encontrar, tal vez, otro final de sus vidas.

Y otra postal que integra todas tal vez, la Bolsa de Wall Street cerró su espacio físico por primera vez en su historia, pero sigue operando sólo virtualmente. No abrevo en la tesis de Zizek5 de que la pandemia constituye un golpe mortal al capitalismo, precisamente porque los sistemas políticos de aquí y de allá sólo han atinado a mitigar – incluso en muchos países, sólo discursivamente- las velocísimas medidas que los mercados están agenciando para mantener aceitado el lucro. Como se advierte, se están produciendo recortes salariales, despidos y suspensiones a trabajadores en distintos enclaves, a mayor velocidad que los recursos jurídicos con que los estados intentan impedirlos.

Sin embargo, y por ello mismo, como se pregunta Guillermo Vega6, ¿acaso se abre una nueva posibilidad, como las despuntadas en distintas crisis mundiales, para pensar no ya el futuro del capitalismo coagulado con los sistemas políticos existentes, sino en los atajos hacia un socialismo que supere las racionalidades políticas que avistamos? Esto, desde la hermenéutica caritativa de la iglesia católica, hasta el voluntariado social desplegado en distintos territorios en este momento, pasando por dispositivos compensatorios como los emprendidos por el gobierno argentino.

¿Qué socialismo es ese? ¿El que demuela los modos de producción y distribución de la riqueza, conmoviendo con ello todas las formas de organización y explicación de lo social? ¿O un tránsito hacia una conciencia colectiva que ha sido precisamente impregnada por la convicción de que la gestión de la vida humana deviene de una única conquista irrenunciable, la de haber escogido un modo entre muchos modos posibles de ser gobernados?. El primero de los caminos nos aparta de toda idea de imnunización como reparación transitoria sobre los daños que acomete no solo la dolencia que nos atemoriza, sino el orden en que vivimos. El segundo de los caminos nos pone de bruces ante los designios de la razón, que hemos amañado como comunidad humana, para hacernos un destino soportable.

Por Elsa Ponce

1 de abril - Dpto. de Filosofía. Facultad de Humanidades - Universidad Nacional de Catamarca - Producido en el marco de la Red de Filosofía del Norte Grande


 

 

1 Filósofa tucumana.
2 Filósofo salteño.
3 En Inmunitas. Negación y protección de la vida. 2005. Amorrortu, Buenos Aires-Madrid.
4 En Conmunitas. Origen y Destino de la Comunidad. 2007. Amorrortu ediciones, Buenos Aires-Madrid.
5 Véase al respecto el debate Zizek- Byung Chul- Han en http://lobosuelto.com/sobre-el-coronavirus-y-el-capitalismo-debate-zizek-byung-chul-han/
6 Filósofo chaqueño.