A propósito de la Casa Común

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Alfredo Maluf

La Encíclica Laudato si’,* surgida de la pluma del Papa Francisco, hace un llamado urgente a cambiar nuestro modo de producción, nuestra actitud y nuestra accionar sobre la naturaleza, cuyas consecuencias no sólo afectan la biodiversidad sino a los grupos humanos del planeta.

Esta Carta no es estrictamente doctrinal, recogiendo múltiples voces de diversos ámbitos de la cultura, afronta el problema del medioambiente, desde un eje que atraviesa lo económico, social, político y ético. Es un llamado a la responsabilidad ante nuestra “casa común”. Está dirigida a “los hombres de buena voluntad”, en actitud de diálogo y buscando impulsar la concreción de los objetivos que las Cumbres sobre el Cambio Climático vienen persiguiendo, concretamente: el desarrollo sostenible para el nuevo milenio. Francisco, inspirándose en la tradición judeo- cristiana y partiendo de los conocimientos que el ámbito científico entrega sobre la crisis ecológica, quiere trazar las líneas de un “itinerario ético y espiritual” capaz de generar un cambio de mirada desde un diálogo serio, cimentado en el compromiso.

El mundo ha llegado a una crisis global extrema, cuyas raíces remiten al cambio de paradigma gestado desde la modernidad y que pasa por la revolución científica e industrial y el capitalismo como modo de producción. No fue ajeno a esto el cientificismo, que bajo una mirada reduccionista y materialista concibe el mundo como algo inerte, sujeto a análisis y explotación. Lo mencionado dio lugar a una disociación sujeto-objeto, y a lo que se ha dado en llamar el desencanto del mundo.

Hay síntomas alarmantes en esta civilización utilitarista, guiada por la economía del mercado bajo el supuesto del crecimiento ilimitado: la degradación de la tierra y de la vida de las personas. La razón instrumental, con la técnica y el libre mercado, dan lugar a una suerte de sociedad administrada que mueve al consumo compulsivo, desembocando en la idolatría del dinero y el poder. A la par del descuido de la naturaleza, el hombre queda fijado en la producción y el consumo compulsivo de recursos y artefactos. En todo esto subyacen el descuido y la indiferencia. Estamos ante lo que Francisco ha denominado la cultura del descarte. Todo se toma, se usa y desecha, incluso los seres humanos; la vida misma se ha vuelto objeto de descarte, de compra y de venta.

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Ahora bien, lo paradójico tiñe nuestro mundo globalizado; conocimiento y poder se han multiplicado, pero la brecha entre opulencia y pobreza se agudiza. El número de personas que padecen hambre se elevó exponencialmente en los últimos años, a pesar de los programas de alimentación y desarrollo desplegados a través de las Naciones Unidas. En este contexto, la producción de bienes y la explotación de recursos, si no se orientan a lo social, se tornan desmesura, acrecentando las desigualdades y vulnerando el hábitat. El contraste entre consumo desmedido, derroche y contaminación, por un lado, y miseria y precariedad, por otro, indica a las claras una falla en las políticas que deben tender al bien del todo social. Pone en evidencia que frustrar las posibilidades de realización de las personas atenta contra sus derechos más elementales vulnerando su dignidad. Es en este punto donde la Laudato si’ plantea la necesidad de recrear un humanismo integral, desde una espiritualidad que enraíce en nuestro aquí y ahora, bajo el signo de la solidaridad y la apertura hacia los más débiles.

Sabemos que el potencial alcanzado por la tecnológica contribuye a la prosperidad de los pueblos y a mejorar la calidad de vida; pero también sabemos del peligro que entraña en una civilización que suele enfermar de ambición, fanatismo y desmesura. La Doctrina Social de la Iglesia es clara al respecto, al sostener que son intolerables las situaciones de iniquidad y la creciente concentración de riquezas. Vertebrada sobre la inviolable dignidad de la persona humana, busca comprender la “realidad histórica concreta”. Los principios que la animan son: el bien común, el destino universal de los bienes y la opción preferencial por los pobres. El segundo de estos principios sostiene que los bienes tienen un destino universal y aún cuando sean poseídos legítimamente, su acumulación indebida es inmoral.

Estamos ante una visión que apunta a un humanismo pleno, sabiendo que la persona no puede encontrar su realización prescindiendo de su ser con los demás y para los demás, y que el desarrollo humano no puede encerrase en el círculo de la producción de bienes, siendo que la plenitud del hombre pasa por todas las dimensiones de su existencia. Los organismos de la ONU informan que hacia fines de 2019, 135 millones de personas de 55 países sufren hambre extrema y 75 millones de niños padecen de retraso en el crecimiento. En el contexto de la pandemia actual estas cifras se dispararán.

Francisco habla de una “ecología integral”, la que requiere de una “conversión ecológica”. Esto implica desarrollo humano y desarrollo sostenible. El primero es más que crecimiento económico; incluye educación en valores, arraigo en una comunidad, trabajo digno, libertades políticas, etcétera. El desarrollo sustentable, por su parte, implica la satisfacción de las necesidades presentes sin comprometer las posibilidades de las futuras generaciones.

El centro de los desequilibrios ecológicos es el hombre, dado que de él parten las acciones que los generan, por lo que sólo un cambio a nivel humano puede revertir esta situación global. “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar” (13). Apremia buscar otros modos de producción y entender el progreso con una mirada más amplia; se trata de un llamado a “debates sinceros y honestos” ante “la grave responsabilidad de la política internacional.

Hay una especie de miseria remanente de la cultura posmoderna, que ha dado lugar a la cultivo de lo efímero, signo de cierta languidez espiritual y vacío de sentido. Tras esto aparece el declinar de ciertas virtudes caras a la humanidad, como la solidaridad y la justicia, y con ello la aspiración a un mundo mejor. En tal dirección, sociólogos de la cultura nos hablan de los mitos que debe abandonar Occidente: la manipulación de la naturaleza como mero objeto y la ceguera de un pensamiento instrumental guiado por el lucro y el dominio. Esta descripción debe ser completada por la necesidad de rever la lógica inherente a la denominada economía del libre mercado, que arrastra consigo la producción de bienes, saberes y tecnologías. “La falta de preocupación por medir el daño a la naturaleza y el impacto ambiental de las decisiones es sólo el reflejo muy visible de un desinterés por reconocer el mensaje que la naturaleza lleva inscrito en sus mismas estructuras (117). Se desconoce el ritmo de la naturaleza, no se atiende su capacidad de resiliencia, no se le da tiempo ni opción de recuperarse; pensemos por ejemplo en la explotación irracional de los recursos forestales que afectan a los llamados pulmones del mundo, con todo lo que ello significa para la biodiversidad y el hábitat humano. La iniquidad creciente en la distribución de riquezas genera un aumento de pobreza dejando al costado del camino a inmensos grupos poblacionales. Esta es la “deuda ecológica” señalada en la Carta. Hay un clamor de la tierra, pero también de los desposeídos y olvidados del planeta. El calentamiento global, con su impacto en los suelos, obliga a poblaciones humanas a emigrar, generando desarraigo y abandono. El dióxido de carbono, en su ciclo vicioso, pone en serio riesgo la cadena alimentaria, mientras se agotan los recursos del planeta bajo la idea errónea de su disponibilidad indefinida.

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Siempre el hombre ha accionado sobre la naturaleza, pero atendiendo sus ritmos y posibilidades: “Se trataba de recibir lo que la realidad natural de suyo permite, como tendiendo la mano. En cambio ahora lo que interesa es extraer todo lo posible de las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la realidad misma de lo que tiene delante. Por eso, el ser humano y las cosas han dejado de tenderse amigablemente la mano para pasar a estar enfrentados" (106). La Carta habla del “paradigma tecnocrático” que domina la economía y la política en aras de la obtención del máximo benéfico: “Por eso no debería llamar la atención que la omnipresencia del paradigma tecnocrático y la adoración del poder humano sin límites, se desarrolle en los sujetos este relativismo donde todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses inmediatos” (122).

Hay una ceguera para ver el todo planetario. La fragmentación de los saberes y el reduccionismo, junto al relativismo ético y el pragmatismo, tornan necesario reivindicar un horizonte de valores universales como guía y norte de las políticas mundiales. La educación es fundamental a la hora de revertir este estado de cosas. Ella implica la incorporación de saberes, habilidades y prácticas; pero también la formación en valores que, al ser asumidos en la praxis cotidiana y profesional, obren como guía en las conductas. Educar en el consumo racional, medido y prudente conduce a una reconversión de actitud. Es apostar por el cambio en nuestros estilos de vida, e implica tomar conciencia de la necesidad de una práctica solidaria intergeneracional. En este punto, los poderes económicos y políticos tienen una responsabilidad clave.

La Laudato si’ pone en el centro de la discusión la “ecología integral”, capaz de atender todas las dimensiones del hombre y el todo de la naturaleza. Estamos incluidos en la naturaleza porque somos naturaleza. Es necesario un cambio de mirada que atraviese el quehacer económico y político, desde una concepción integral de la persona. Pensar lo ambiental es pensar el todo de los ecosistemas: “…la ecología social es necesariamente institucional, y alcanza progresivamente las distintas dimensiones que van desde el grupo social primario, la familia, pasando por la comunidad local y la nación, hasta la vida internacional” (142).

El cuidado es una actitud fundamental. El descuido, la indiferencia y el abandono son signos de nuestra época. Se ha perdido “el sentimiento de pertenencia a la tierra”. Por ello se habla de recuperar lo espiritual como alternativa al materialismo que caracteriza a nuestra sociedad contemporánea. Desde el inicio de los tiempos los pueblos mostraron respeto por la tierra como madre que cobija, pero Occidente experimentó un empobrecimiento espiritual tras la pérdida del sentido de lo sagrado y el giro antropocéntrico. Por eso se afirma en la Carta: “El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros mismos” (6).

Se ha dicho que el ethos del cuidado es un “modo de ser esencial”, está presente en la cultura de los pueblos originarios y en las grandes tradiciones espirituales y religiosas. Pero es preciso traducirlo en prácticas concretas, pues desde el cuidado nos volvemos constructores y capaces de dignificar nuestro hábitat. Hay un olvido: el de la naturaleza como don. Para la cosmovisión cristiana, todo lo que existe es creación, el regalo de Alguien que hizo ser a lo que no era, por lo que no somos el mero fruto de una ciega causalidad. El hombre no puede dar cuenta de su propia existencia ni de la del universo, pero como agente libre es responsable respecto a su entorno y a los demás. Las tradiciones sapienciales pueden contribuir a resignificar nuestra existencia. También los no creyentes asumen esta conciencia planetaria; preocupados por la crisis humanitaria y ecológica, suman sus voces y esfuerzos, sus conocimientos y acciones concretas, en pos de una realidad más justa y solidaria.
Hoy, cuando el mundo está en cuarentena, el enclaustramiento ha dado un respiro a la naturaleza. Los animales salen de sus reductos ingresando en los espacios urbanos; las aguas se vuelven transparentes, mostrando peces donde hace décadas no se veían; el aire descansa de la contaminación de los gases contaminantes procedentes de las industrias y el tránsito vehicular. Signos que nos hablan de la presencia asfixiante de la actividad humana en el entorno ambiental.

Francisco habla de “ciudadanía ecológica” y de “educación ambiental”, no construidas sobre ideas abstractas sino cimentadas en un cambio de actitud que lleve a redescubrir la belleza de las criaturas y por ende su cuidado. “También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo, una preciosa comunión universal. “(220). Sabemos que hay una solidaridad intrínseca entre los seres que componen la biodiversidad, en un equilibrio armonioso y delicado. La cosmovisión cristiana se inspira en el relato del Génesis, donde leemos que la tierra le ha sido dada al hombre para que la “cuidase y labrase”; la exégesis del texto bíblico nos muestra que se le ha dado el gobierno sobre las criaturas, pero no para el dominio despótico sino para la guarda y protección. En esta dirección se ubica el Cántico a la criaturas del pobre de Asís.

No queremos cerrar estas reflexiones sin mencionar el valor del sentido estético, que hace a nuestra condición contemplativa; los filósofos antiguos nos hablan de la filocalia o amor por lo bello. Si perdemos la capacidad de maravillarnos por algo, no seremos capaces de amarlo; pasaremos frente a aquello que posee belleza como ante un objeto más. El amor por lo bello implica la actitud del cuidado, por lo que estimular esta potencialidad desde las primeras etapas de la vida, contribuirá, sin dudas, a un cambio de actitud ante la naturaleza y ante nuestros semejantes. Por este camino, la Tierra volverá a ser nuestra casa común, el lugar que nos cobija y del que nos sentimos parte; en fin, podremos decir que hemos iniciado el reencanto del mundo.


Lic. Alfredo Maluf- Departamento de Filosofía. Cátedras: Filosofía Medieval- Seminario II

*La Carta Encíclica Laudato si’ fue publicada por el Papa Francisco el 18 de junio de 2015. Las citas que realizamos están referenciadas por sus correspondientes numerales.
Disponible en: http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html