Biodiversidad, Covid 19 y Visibilidad de los Desaparecidos

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“La pandemia del Covid-19 es una oportunidad de la humanidad de reinventar nuestra relación con la naturaleza y reconstruir un sistema amigable con el medio ambiente, especialmente la diversidad. Debemos comprender mejor la red de vida en la que existimos y entender su funcionamiento como un sistema íntegro. Es hora de reinventar nuestra relación con la naturaleza y ponerla en un lugar destacado de nuestra toma de decisiones. También es hora de reinventar un humanismo sin racismos, inclusivo, solidario, que ponga en el centro al hombre, a todos los hombres y que se ocupe de sus necesidades. Es hora de poner a la política y la economía al servicio del bien común, de ocuparnos de los desposeídos, de los descartados del injusto sistema imperante”.

 Biodiversidad, Covid-19 y Visibilidad de los Desposeídos

 

En el mes de diciembre de 2019 en las categorías sociales y económicas - entre otras - en que los humanos evaluamos habitualmente el presente y el futuro en el periodo de transición de un año que finaliza y otro que inicia, en ese lapso de balances personales y comunitarios todo parecía normal, entendida esta normalidad  desde la óptica hegemónica, perspectiva desde lo que viven bien, sin sobresaltos, los poderosos de siempre, los que se apropiaron y administran los bienes comunes de toda la humanidad. En el otro extremo de la escala los desposeídos -la amplia mayoría de la humanidad- percibía otro tipo de normalidad, muy distinta a los del primer grupo, la de la lucha diaria por la supervivencia y sin perspectivas de cambios sustanciales en su calidad de vida, al menos en el corto plazo, aferrados  a algunas esperanzas de que algo cambie a nivel global en beneficio del conjunto de la humanidad, de los pueblos postergados. La normalidad de los desposeídos, de los pobres, soporta además el continuo estigma de los gobernantes del mundo del intento de ocultamiento de la cruda realidad de al menos las dos terceras partes de la humanidad, la minimización de la miseria, la invisibilización del sufrimiento, haciendo sentir a los desposeídos considerarse verdaderos desterrados en su propia casa, la Tierra.

También a fines del año pasado, se había determinado en la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático -COP25- celebrado en Madrid que el Día Mundial del Medio
Ambiente 2020, que se conmemora el cinco de junio en homenaje al inicio de la Conferencia de Estocolmo en 1972, tendría a Colombia como anfitrión, el tema elegido fue la Biodiversidad, un gran motivo de preocupación mundial en materia medioambiental -entre muchos más. especialmente debido a los eventos catastróficos del año pasado como los incendios forestales a gran escala de Brasil, California y Australia y la invasión de langostas en el Cuerno de África, como mensajes -unos entre tantos- que la Naturaleza está enviando a la comunidad internacional. El Covid-19, fue la última gota de calamidades que rebalso el vaso
del deterioro ambiental global.  

La variedad de seres vivos en el planeta constituye la biodiversidad. Actualmente hay aproximadamente ocho millones de especies en la Tierra, viviendo cada una en
un ecosistema único. Cada miembro de esta biodiversidad juega un papel fundamental en el equilibro natural. La biodiversidad es la base de toda la vida en la Tierra, y sin ella, la salud humana queda comprometida. Agua limpia, aire puro, alimentos nutritivos, todo ello depende absolutamente de la biodiversidad. Con un millón de especies de plantas y animales en peligro de extinción en todo el mundo, nunca ha habido un momento más importante para enfocarse en la protección de la biodiversidad, siendo el hombre el principal beneficiado por su conservación y protección.

A la par de la eliminación de gran parte de la biodiversidad por las ambiciones y acciones de origen antrópica, como comunidad internacional fuimos aceptando  tácitamente, como inexorable destino, el incremento de la pobreza humana, la desocupación creciente, la falta de techo y alimentos para amplias franjas de la población mundial, el incremento exponencial de la brecha entre ricos y pobres, y el deterioro del ambiente global a niveles casi irreversible para la capacidad de
resiliencia de nuestra casa común. 

A fines del año pasado en Wuhan apareció con toda su peligrosidad y letalidad el coronavirus. La pandemia llegó y pateó el tablero de la normalidad establecida por los países hegemónicos y por las empresas multimillonarias, los mismos que esquilmaron los bienes comunes e impusieron como estilo de vida el frenesí del consumo individualista sin límites, sin cuidado alguno de la Naturaleza y la inoculación de la sensibilidad humana en desmedro de los desposeídos.

El intenso ritmo impuesto por el capitalismo hegemónico a la vida en todos los ambientes ha provocado la alteración de los biorritmos naturales del ser humano, la
sociedad de consumo ha impuesto al hombre trabajar a destajo solo para tener y satisfacer en exceso los aspectos materiales, mientras que -por otra parte- le hizo perder capacidad de reflexión, del compartir y mirar con dignidad al necesitado.

El Covid-19 hizo caer el velo que enmascaraba la desigualdad entre naciones poderosas y pobres, entre habitantes ricos y pobres, entre ambientes deteriorados y ambientes sanos, entre quienes tienen acceso a la seguridad social y tecnología y quienes no, entre empresas autosuficientes y micro emprendedores. Sobre todo, dejó al descubierto la vulnerabilidad de los habitantes, especialmente de los que viven en villas o barrios espontáneos de los grandes centros urbanos, sin techo seguro, hacinados, sin servicios públicos, como así también el coronavirus mostró la fragilidad de nuestros abuelos, especialmente los que viven en hogares de ancianos o geriátricos, la pandemia visibilizó el lucrativo negocio -en la mayoría de los casos- que gira alrededor de la salud de los adultos mayores y que supera a la loable función para los que fueron creados.

El coronavirus, la mayor amenaza actual para la humanidad, al igual que las ondas sísmicas que auscultan la estructura interna de la tierra, ha dejado al descubierto la falacia de los discursos y gestión política, vacíos de consistencia, sin raíz genuina que se ancle en el servicio a las comunidades y pueblos. El ejercicio del poder político más proclive a satisfacer intereses particulares o de unos pocos, alejado del bien común, fue puesto en evidencia a través del elevado porcentaje de ciudadanos que carecen de servicios públicos básicos como agua potable, cloacas, o que no cuentan con techo, trabajo, obras sociales, visibilizó a los millones de habitantes de nuestro país que solicitaron el IFE para sobrevivir en la contingencia.

A nivel global también se ha tomado conocimiento más cabal -y reflejados en los presupuestos nacionales- de los ingentes fondos que los países destinan en armamentos y en sostener los sistemas financieros y la disminución de recursos estratégicos para sostén de los sistemas sanitarios. En nuestra casa común no se
observan políticas globales concretas tendientes a terminar con el hambre, con las desigualdades, las diferencias sociales, religiosas, étnicas o de clases. 

La pandemia del Covid-19 es una oportunidad de la humanidad de reinventar nuestra relación con la naturaleza y reconstruir un sistema mundial más amigable con el medio ambiente, especialmente la biodiversidad. Debemos comprender mejor la red de vida en la que existimos y entender su funcionamiento como un sistema íntegro. Es hora de reinventar nuestra relación con la naturaleza y ponerla en un lugar destacado de nuestra toma de decisiones. También es hora de reinventar un humanismo sin racismos, inclusivo, solidario, que ponga en el centro al hombre, a todos los hombres y que se ocupe de sus necesidades. Es hora de poner a la política y la economía al servicio del bien común, de ocuparnos de los desposeídos, de los descartados del injusto sistema imperante.


Mgter. Luis Alberto Segura
Profesor Titular Cátedras
Geografía Ambiental y
Geografía de los Riesgos
Facultad de Humanidades -UNCA