“La universidad debe responder a los requerimientos de la sociedad que la sustenta”

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Adolfo Cueto, doctor en Historia, brindó en el marco del I Congreso Latinoamericano de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Catamarca una conferencia titulada “(Re=) Pensar la Universidad. Renovar o transformar”.

Estas son los principales conceptos vertidos:

“A través del largo proceso por el cual la universidad como institución ha desarrollado y dado sentido al conocimiento durante los últimos diez siglos ha requerido, y requiere necesariamente, en forma permanente, de una profunda reflexión de saberes. Y esto es un repensar que le da sentido a los fines a los que tiende, a la estructura organizacional que debe adoptar y a su vez reclama en sus actores, y en cada una de las épocas, asumir una misión institucional clara, que responda a los saberes y a la producción de los mismos en armonía y articulación con la sociedad de su tiempo

Sin duda, entre los aspectos más susceptibles que le permitirán a la institución permanecer fiel a la idea que dio sentido a su origen y creación, la universidad no debe ni puede descuidar y mucho menos renunciar a la responsabilidad social y cultural de asumir que el saber que transmite y que produce científica y acabadamente debe sentarse en el espíritu del tiempo. La universidad debe responder a los requerimientos de la sociedad que la sustenta.

Si el destino de los saberes y conocimientos, gracias a su renovación constante, es contribuir a estructurar y reestructurar permanentemente la relación social que el ser humano mantiene con el mundo y consigo mismo, la intención de hacer coincidir la producción del conocimiento y su transmisión debe integrar a su funcionamiento la preocupación por la inserción de los saberes dentro del a propia época, salvo que se ceda a una corporación o a un corporativismo cuya amenaza no es siempre enfrentada con el vigor requerido.

Más allá de la formación de los futuros profesionales y técnicos, la transmisión de un saber de alto nivel a un público más amplio que el de los profesionales requiere de un proceso más complejo, por el cual el saber se convierte en cultura. En este sentido, no es aceptable que la Universidad no se interrogue sobre las condiciones de este devenir de la cultura. Ello constituye sin duda el servicio más importante que ella y solo ella puede hacerle al saber.

La Universidad argentina como institución, en su relación con la sociedad, viene enfrentando nuevas dificultades. Dificultades recurrentes a la hora de tener que encontrar su lugar más adecuado en nuestra sociedad. De esta inquietud surge una pregunta: cómo hacer para que una institución con estructuras tradicionales pueda insertarse y reinsertarse en forma adecuada socialmente respondiendo a la movilidad conceptual y social que nos interroga y nos interpela.

La sociedad global y local en la que la inserción y la reinserción y adecuación social de la universidad debe darse, es muy diferente respecto a la que las universidades han desarrollado en el último medio siglo, y ha tenido una aceleración notable en la última década, sin entrar en detalle respecto al cambio supino que ha significado la pandemia Covid 19 en el 2020 – 2021, y lo que ha significado la virtualidad en la misma.

La crisis de las universidades no es exclusivamente un fenómeno contemporáneo. No surgió en estos últimos años ni en los últimos decenios. La crisis en las universidades es un hecho cuyo proceso tiene raíces anteriores a la masificación que caracterizó a la segunda mitad del siglo veinte. Este proceso se originó por el encuentro entre la dinámica global de la modernidad democrática y la trayectoria propia de una institución que se encuentra profundamente solidaria con los principios del mundo medieval, con sus tradiciones y jerarquías, y al que la Universidad le debe hasta su nombre.

Entonces, si aceptamos que la crisis en la Universidad como institución, sobre todo en su relación y necesaria articulación con la sociedad de su tiempo, es un estado reiterado a lo largo de su historia, luego cabe preguntarnos cómo se puede abordar el hoy y el futuro inmediato de la Universidad teniendo en cuenta su estructura institucional con bases pasadas y la dificultad de encontrar las herramientas y cambios que permitan superarlo.

La aplicación y el resultado de estas transformaciones por lo general llegan tarde ante el requerimiento social. Quizás en esto, para ejemplificar una de las mejores formas sería hablar de los cambios de planes de estudios que producimos en las facultades. Cuando empezamos el proceso de cambios de planes de estudio estamos respondiendo a una realidad, con todos los cambios que eso implica. Desde que aprobamos los planes de estudio y los ponemos en vigencia, y aparecen los primeros profesionales con estos nuevos perfiles, han pasado fácilmente entre 7 y 10 años. Entonces, evidentemente la realidad tiene una rapidez en su proceso de cambio que la institución universidad debe prever.

La universidad ha procurado enfrentar las críticas que aluden a su poca capacidad para alcanzar la modernización, y sobre todo poder responder a los requerimientos que la sociedad exige de la institución. No se puede menos que aceptar que, más allá de todos los intentos por producir esta reforma, pocas veces y nunca ha dado respuesta el tiempo. Peor aún, no son pocos los casos en que se observa que ni siquiera se ha procurado iniciar un proceso para intentar el cambio.

A esta altura del relato, permítanme que nos preguntemos de qué hablamos cuando decimos modernización de la Universidad. Qué capacidad tiene la Universidad para modernizarse por sí misma endogámicamente sin involucrar a los agentes sociales que impactan permanentemente en ella o son demandantes sistemáticos del saber producido como de sus profesionales y de sus técnicos.

Qué importante sería que la universidad, al enfrentar los cambios, interactuara y articulara con las estructuras y agentes externos, aunque aquí estalla el gran temor interno que se sintetiza en un interrogante: ¿Qué sucedería con la identidad de la Universidad y con la autonomía universitaria? ¿Se pone en juego?

Las grandes empresas argentinas adquieren mínimamente el desarrollo tecnológico local. Y poco o nada promueven lo producido en el país. Desgraciadamente, el empresario argentino está acostumbrado a que el Estado sea subsidiario de sus requerimientos y no asumen el rol protagónico de ser dinamizadores de los conocimientos para el desarrollo y el crecimiento. Dicho de otra manera, el sector privado poco invierte en la generación del conocimiento científico y tecnológico que ellos requieren. Espera que el Estado afronte los costos de un desarrollo para luego usufructuarlos

Si bien es cierto que sería deseable que la inversión en la producción del conocimiento en ciencia y en tecnología la haga el Estado, dado que ello presupone autonomía, independencia y capacidad de regulación en el qué y para qué producirla, la inversión complementaria del sector privado, sin dudas, daría un rol estratégico notable.

Otro tema que nos golpea y nos preocupa mucho en esta universidad de hoy es que si hay alguna situación que se manifiesta en forma creciente en la universidad argentina, es la caída sustancial de la militancia universitaria. Es decir, la caída del compromiso institucional de sus miembros a través de la participación activa en la vida universitaria. No solo hablamos de militancia estudiantil, porque tampoco escapan a esta apreciación docentes, investigadores, no docentes y graduados.

A lo largo de su historia la Universidad se muestra como la institución que ha encarnado los cambios y los reclamos sociales y culturales, poniéndose al frente de esa situación para liderar esos procesos. Pero desde hace un poco más de una década algo ha cambiado sensiblemente en ella, cayendo en una anomia, producto de que no permite reconocer y recordar su fin, su compromiso profundo para con la sociedad, es decir ser partícipe activa y principal de las transformaciones culturales, sociales, científicas, productivas, técnicas, tecnológicas que ella requiere para el bienestar de todos”.